Dr. Diego Levis
Resumen:
El
tiempo libre es un insumo básico para las industrias vinculadas de un modo u
otro con el entretenimiento. La promoción del uso/inversión del tiempo libre en
actividades de ocio regidas según las reglas y necesidades del mercado,
responde a intereses económicos concretos (y también políticos) y aniquila toda
posibilidad de verdadero tiempo libre, transformado así en tiempo prisionero.
Un
tiempo verdaderamente libre es un tiempo utilizable en un ocio creativo no condicionado
por la lógica mercantil, un tiempo en el que sea posible elegir no hacer nada
Introducción
El
estudio de los usos del tiempo que hacen las personas en una sociedad
determinada nos ofrece información inestimable para conocer sus hábitos y
costumbres y sus formas de organización social.
El
concepto “tiempo” es controversial. Convencionalmente podemos distinguir
distintos modos de referirnos al tiempo, divididos básicamente en tres grandes
bloques: el tiempo cósmico, vinculado con la rotación de la Tierra alrededor
del Sol, el tiempo perceptivo o subjetivo, limitado a la experiencia de cada
individuo “ahora”, en un presente de fluir perceptible y permanente, dentro de
un espacio y un contexto social determinado, y el tiempo conceptual u objetivo
que incluye todos los períodos de tiempo, en el cual es posible relacionar
todos los acontecimientos.
Este
artículo trata sobre la creciente mercantilización
del uso/consumo del llamado “tiempo libre”, una categoría de tiempo
experimencial vinculado con el tiempo no utilizado en cumplir obligaciones
productivas y en satisfacer necesidades vitales como el sueño y la alimentación. Tiempo para el ocio.
El tiempo libre es un insumo básico para
las industrias del entretenimiento
(desde el espectáculo al turismo, pasando entre otras por la industria
editorial, la radiodifusión, la informática y las telecomunicaciones),
fundamentales hoy en el funcionamiento de la economía mundial. La rentabilidad
de las industrias y servicios vinculados a este tipo de actividades depende
directamente de la disponibilidad de tiempo libre de las personas y del uso que
hagan de él. En este contexto, el sistema de medios promueve un creciente uso/inversión del tiempo libre en formas de
entretenimiento regidas por lógicas y necesidades mercantiles.
El
artículo desarrolla esta idea, considerando que la mercantilización del uso del tiempo libre desvirtúa su naturaleza,
dando lugar a lo que denominamos “tiempo atrapado” o “prisionero”.
En
la primera parte se ofrece una aproximación a la idea de tiempo, como marco de nuestra
experiencia vital, y los diferentes modos en que intentamos controlar su
transcurrir y sus efectos. En la segunda parte se abordan las vinculaciones
entre el tiempo de trabajo, los avances
tecnológicos y el mercado del tiempo
libre. En este apartado se hace referencia a las distintas formas que
adoptaron los diferentes medios comunicación social y otras industrias del
entretenimiento para obtener beneficios económicos del uso/inversión del tiempo
libre de las personas. Por último, en la tercera parte, a modo de conclusión,
se señalan las razones por las cuales no cabe caracterizar a la sociedad
contemporánea como una sociedad de ocio, y los motivos por los cuales se puede
hablar de tiempo prisionero al referirnos al uso/inversión del tiempo libre en
actividades regidas por lógicas y necesidades impuestas (promocionadas,
sugeridas, etc.) por el mercado.
1.
Sobre el transcurrir del tiempo
El
tiempo, presencia inaprehensible pero absoluta y marco general de toda vida,
estructura y delimita nuestra experiencia. El tiempo nos angustia desde el
mismo momento en que tomamos conciencia de que su discurrir destruye toda
gratificación duradera e inexorablemente nos conduce hacia la muerte.
El
discurrir está en la misma naturaleza del tiempo. Uno y otro son indisociables.
La humanidad se empeña en una estéril batalla contra el tiempo, pero por más
que intente detenerlo, el tiempo es
irreversible.
En
su continua búsqueda por controlar el tiempo (cósmico, inapelable) el ser
humano ha conseguido establecer formas cada vez más precisas para medir su
transcurrir y de este modo crear la ilusión
de su control. Ha creado ritos y liturgias y ha inventado el dibujo y la escritura
que permiten conservar rastros de su paso, ha establecido calendarios, leído
las estrellas y ha confiado en la filosofía y en la técnica, cuya huella, desde
la Antigüedad, marca la evolución de la humanidad. Y así como el arado desde el
neolítico da forma geométrica al territorio y
el reloj mecánico impone desde hace más de mil años una hora que siempre
tiene la misma duración, los medios mecánicos de transporte, desde la invención
de la rueda y de la navegación, han ido reduciendo implacablemente la percepción
de las distancias, iniciando un doble proceso de aceleración y contracción del tiempo
y del espacio. Un proceso en el que también participan los medios de
reproducción y de difusión del conocimiento.
La
invención del reloj mecánico en el s. X y su muy posterior perfeccionamiento a
partir del s. XVII representan uno de los pilares sobre los que se construyó la
sociedad occidental contemporánea [1]. “Nacido de una concepción mecanicista,
acentuó fuertemente los rasgos mecanicistas de la cultura de la que había
surgido” (Cipolla, 1998, p113)
Punto
de partida del automatismo mecanicista, el reloj al dividir el tiempo en
períodos uniformes y regulares, y por lo tanto mensurables, redefinió para
siempre la percepción temporal. El
tiempo cósmico se separó definitivamente del tiempo vivido que comenzó a ser
rígidamente estratificado por los usos sociales. Con el reloj mecánico el
tiempo adquirió un valor cuantificable materialmente que, entre otras
consecuencias, favoreció la organización industrial del trabajo y facilitó el control social [2]. Unificación formal,
que no impide que la aprehensión, la percepción, el sentido y los efectos del
paso del tiempo difieran según la actividad que se esté realizando y entre una
persona y otra.
Durante el siglo XIX la expansión de
la revolución industrial provocó transformaciones trascendentales en la
ocupación y reparto territorial, en la familia, en el trabajo, en el comercio,
en la educación, en las relaciones personales, en las formas de diversión, en
la guerra y en los modos de gobernar que fueron transformando la organización y
la administración personal y social del tiempo. En el campo del transporte, el
desarrollo de la red de ferrocarriles y de la navegación a vapor dieron lugar a
una nueva percepción de las distancias al reducir la duración de los
trayectos.
Surgieron
también nuevas tecnologías para la distribución y producción de la información y
el conocimiento que modificaron el uso y el aprovechamiento del tiempo. La
invención del telégrafo eléctrico abrió el camino para la práctica eliminación
de todo lapso temporal – duración - entre la emisión y la recepción de
mensajes, generando la ilusión de la total eliminación del tiempo [3].
1.1
Duración y tiempo
La
tendencia a asimilar duración y tiempo hace que muchas veces se confunda la instantaneidad
con la desaparición del fluir del tiempo, pretensión apoyada en la ambigüedad
de la noción de “tiempo real”
utilizada en los últimos años para designar la recepción de una transmisión
mediática de un evento o mensaje en el mismo momento en que se está
produciendo, creando una ilusión de captura
del presente -o eterno presente que
se puede emparentar a la aspiración al no-tiempo característica, entre otras concepciones
míticas, del pensamiento védico. Exaltación de un tiempo sin pasado ni futuro
que nos acerca a la ambición mítica de paliar los efectos devastadores de la temporalidad,
factor de caos y desorden. Desde esta perspectiva el futuro no existe y en consecuencia
tampoco el fin. El momento actual es definitivo. Detener el tiempo. Si no es posible, prolongarlo. Parece la consigna .
¿Pero para qué?
1.2 Paliar los efectos del tiempo
Junto
al continuo desarrollo de las tecnologías aplicadas al transporte y a la
comunicación, durante los últimos dos siglos los avances científicos y
tecnológicos han dado lugar a mejoras en las condiciones de vida de gran parte
de la humanidad que han contribuido a retrasar el envejecimiento y a prolongar
notablemente nuestra esperanza de vida No obstante a muchas personas no les
basta vivir más años sino que también desean borrar las marcas del tiempo sobre sus rostros y cuerpos para lo
cual recurren al uso intensivo de productos cosmetólógicos o a la más
traumática cirugía plástica.
Aspirar
y conseguir prolongar el paso del tiempo a través de nosotros y de nosotros a
través del tiempo, lo uno indistinguible de lo otro.
Jorge Luis Borges expresa magníficamente la agitación y
desasosiego que nos produce el fluir implacable del tiempo, cadalso con el cual
nacemos, celda en la cual vivimos, fundamento
de nuestro Ser finito, mortal:
“(...)
Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones
aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (diferencia del infierno de a
de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por
irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un
río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo
soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy fuego.(...)” (J.L.Borges,
en Otras Inquisíciones (1952), 1980 p.300)
El
ser humano es el único ser vivo que conoce cual es el destino que le reserva la
sucesión de días y noches en la que transcurre su devenir. Salvo él, el resto
de los seres vivos ignoran que en el fluir cíclico del tiempo -cambio,
movimiento, transformación irremediablemente se escapa su existencia. Que el
nacimiento, la vida y la muerte son tres etapas del camino del tiempo que nos
habita y nos nutre. Un camino sin retorno posible.
La
impotencia ante el tiempo aprisiona a la voluntad del hombre pues en su
discurrir incesante sin retomo posible perpetua el pasado y la enfermedad
mortal. El tiempo no regresa .
El ser humano ha vívido y vive con
malestar su condición mortal.
Desde la antigüedad, ha aspirado a la inmortalidad en una implacable carrera
por disolver las barreras del tiempo y el espacio, sin percatarse que la
abolición del transcurrir temporal -y de sus consecuencias conlleva la
interrupción del ciclo de la vida. La existencia en el tiempo produce dolor
pero su eliminación implica la no vida,
la perdida de nuestra condición humana.
1.3 El
presente
La
cuestión fundamental del tiempo es el presente que inevitablemente hace del
futuro, pasado. El presente es inaprehensible como el viento. El futuro son
promesas inagotables realizadas desde el presente interpretando el pasado. El
pasado olvido, rastros y memoria.
La
vida es siempre en presente. Trabajamos, estudiamos, jugamos, leemos, amamos y sufrimos
ahora, en un continuo deslizarse entre el pasado y el futuro. Uno y otro
siempre condicionados, limitados, modificados, falsificados por diversos
factores. Ahora bien, “el hecho de que los acontecimientos se produzcan en el
tiempo no significa que tengan tiempo: significa más bien que ellos (...) nos
salen al encuentro como si transcurrieran a través de un presente”” (Heiddeger
1999, p.53)
2.
Tiempo de producir y tiempo de consumir
El
tiempo, en su transcurrir, marca los grandes períodos de nuestras vidas, y su
medición y administración estructuran nuestras actividades diarias. Hay un
tiempo para dormir, un tiempo para comer, un tiempo para trabajar y otro para
estudiar y un tiempo convencionalmente denominado libre, que se suele ocupar en
diversas actividades de ocio.
En
la cultura occidental, “desde el mito de Orfeo hasta la novela de Proust, la
felicidad y la libertad han sido ligadas con la recuperación del tiempo”
(Marcuse 1972, p.215) La mecanización y automatización de las actividades
productivas estuvieron acompañadas durante decenios de la expectativa y
aspiración de reducir, e incluso liberar
al ser humano de la carga del trabajo. Se preveía que una de las
consecuencias del progreso técnico y del crecimiento industrial sería una
reducción de la jornada laboral y un aumento del tiempo de ocio, lo que, desde
distintas posiciones ideológicas, se asociaba con el desarrollo personal y social
además de servir como un estímulo para asegurar los niveles de productividad de
los trabajadores.
Pero
no siempre fue así, durante gran parte del siglo XIX el ocio y el progreso
social se consideraron antinómicos. Saint Simon, por ejemplo, considera la ociosidad como una tara social
que impide la organización de la sociedad industrial y a los ociosos enemigos de los productores y los
obreros. Por otro lado, desde posturas tecnofóbicas de carácter neoludita bastante
extendidas, se sigue considerando los avances tecnológicos como una amenaza latente
para algún aspecto de la vida social e incluso para la condición humana.
Uno
de los principales defensores de la mecanización como medio liberador del
tiempo de los trabajadores fue Paul Lafargue (1842-1911), yerno de Karl Marx,
quien en su clásico El derecho a la pereza publicado en 1872, apoyándose en
pensadores de la filosofía clásica, aborrece al trabajo al que considera la peor de las servidumbres, una
degradación para la condición humana. Como primer paso para liberar a la
humanidad de “flagelo del trabajo”, plantea la necesidad de reducir la jornada
laboral a un máximo de tres horas diarias pues, a su juicio, la disminución de
las horas de trabajo y el aumento de las días fiesta son beneficiosos para la
productividad humana.
“El
gran problema de la producción capitalista no es ya el de encontrar productores
y de duplicar sus fuerzas, sino de descubrir consumidores, excitar sus apetitos
y crearles necesidades ficticias” señala Lafargue (1983, p.140), preanunciando
la lógica de la sociedad de consumo de
masas. Se entusiasma imaginando que la mecanización terminará por hacer
innecesario el trabajo. “Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la Humanidad,
la diosa que rescatará al hombre de las sórdidas artes y del trabajo
asalariado, la diosa que le dará comodidades y libertad”, concluye (Lafarque 1983,p.157)
2.1
Compra y venta de un recurso escaso y no renovable
El
trabajo, recordémoslo, se nutre del tiempo, recurso natural escaso y no
renovable. Toda actividad ocupa tiempo, se ejerce en el tiempo. El tiempo de
cada persona pasa, se gasta y termina agotándose en el momento de la muerte. La
disponibilidad de tiempo es condición excluyente para la realización de
cualquier tarea.
Desde
esta perspectiva el trabajo asalariado puede considerarse como una transacción comercial
en la que una de las partes vende su capacidad de trabajo y su tiempo (el
tiempo físico de la jornada laboral y el tiempo previamente acumulado en
formación, que incidirá directamente en el monto del pago), es decir parte de
su vida, a cambio de una suma pactada de dinero que le permite o debería
permitirle – al menos - dar de comer, alojar, educar y vestir a su familia y a
él mismo. El empleador a su vez obtiene sus ganancias del producto o servicio
resultante del empleo del tiempo de sus trabajadores en la realización de la
labor pactada.
Simplificando,
el mercado de trabajo puede contemplarse como un mercado de compra y venta de tiempo en le cual los
trabajadores desean obtener mayor pago y jornadas laborales más cortas de modo
tal que el acuerdo les permita cubrir sus necesidades y disponer de más tiempo
libre, mientras que, por el contrario, la parte contratante buscará obtener más
tiempo del empleado a cambio de menos dinero, de acuerdo a las condiciones y a
los límites que establece el propio mercado de trabajo y la legislación laboral
de cada país.
2.2 El
aumento del tiempo libre
Aunque
las previsiones de Lafargue y de otros autores acerca de la desaparición del
trabajo asalariado no se han cumplido enteramente, durante los últimos ciento
cincuenta años, como consecuencia de la conjunción de los avances tecnológicos
y de sucesivas luchas sociales, en las sociedades económicamente avanzadas las
horas dedicadas al trabajo no han dejado de disminuir. De las doce horas
diarias de trabajo de la segunda mitad del siglo XIX se ha pasado a principios
del siglo XXI a la casi generalización de la jornada laboral de ocho horas e
incluso a las 35 horas semanales en algunos países europeos, como Alemania y
Francia. A este descenso en las horas de trabajo semanal se le suman las vacaciones
pagas (instituidas por primera vez en Francia por el gobierno del socialista León
Blum en 1936), y los numerosos días festivos pagos previstos en los calendarios
laborales [4].
Como
consecuencia de esta progresiva reducción de la jornada laboral y de la
introducción de las vacaciones pagas se produjo un aumento del tiempo no
productivo en posesión de los trabajadores, al que denominamos tiempo libre . A
su vez, como hemos visto, las innovaciones tecnológicas han permitido una mejor
administración y utilización del tiempo, lo que ha servido para prolongar su
duración, en tanto en un mismo período de tiempo cabe realizar más actividades
[5].
2.3 El
mercado del tiempo libre
El
tiempo de las personas -en tanto recurso
no renovable, limitado a la propia extensión del día y a las horas de
vigilia de cada individuo- es una variable económica diferenciada, cuya posesión
y apropiación genera beneficios
económicos. El tiempo ocupado en el trabajo, pero también gran parte del
tiempo dedicado a actividades de ocio.
En
efecto, la prosperidad de las industrias
del espectáculo, de la cultura y el turismo, entre otras, depende de la
disponibilidad, calidad y forma del consumo que hagan las personas de su tiempo
libre. El excedente de tiempo se
convierte, así, en una fuente tangible de riqueza. Como consecuencia o
reflejo de esto, durante el último siglo, a medida que el progreso técnico y
las políticas sociales fueron liberando tiempo del trabajo productivo se ha
producido una progresiva mercantilización de las actividades propuestas para el
tiempo libre, en gran medida originada en el interés por (re) apropiarse y
controlar de un modo rentable económica y (también) políticamente el tiempo no
dedicado al trabajo.
En
algunos casos la obtención de beneficios se produce de manera indirecta como es
el caso de la radiodifusión comercial que se financia alquilando parte de su
tiempo de emisión – en sentido estricto, tiempo de sus oyentes- a anunciantes
publicitarios cuyo objeto es vender productos o servicios. De este modo, tanto
emisoras como anunciantes sacan réditos del tiempo dedicado a la escucha [6].
La
televisión en sus orígenes respondía a este modelo de emisión. En la actualidad
la tendencia es desplazar el consumo televisivo hacia alguna modalidad paga
(recepción arancelada, cable o satélite multicanal, pago por sesión, etc.) A
esto se añade el aumento exponencial de las horas de emisión, derivado de la
multiplicación de canales, haciendo del televisor
un carrusel ininterrumpido de imágenes y sonidos que muchas veces sólo parecen aspirar
a vender objetos, modelos de vida o ideas. Un gran espejo deformante que absorbe gran parte del tiempo libre
de las personas, no sólo por las horas pasadas frente a la pantalla del televisor
(entre 3 y 5 horas diarias por término medio, de acuerdo al país, según datos
de la UNESCO) sino también por la forma en que la televisión modela las aspiraciones, deseos y actitudes personales
hacia usos del tiempo encauzados hacia actividades y servicios que aseguren
algún tipo de consumo mercantil [7].
La
televisión generalista, multicanal por cable, por satélite y, en pocos años,
digital, los videojuegos, Internet, la telefonía celular como terminal integral
de comunicación y entretenimiento, las grandes producciones cinematográficas,
las cintas de video, el DVD y las pantallas de plasma, las cámaras de video y
foto digital, las computadoras personales cada vez más potentes y sofisticadas,
el material deportivo de marcas muy publicitadas, los best sellers literarios,
el turismo de masas, los grandes centros comerciales, son algunas de las
diferentes formas que tienen las empresas para obtener beneficios económicos
del uso de nuestro tiempo libre mediante un constante crecimiento del valor agregado de los productos y
servicios ofertados, de acuerdo a una ley implícita que parece indicar que ningún nuevo servicio o producto
destinado al ocio podrá ser ofrecido al público si no aumenta en algo el
consumo de los previamente existentes tal como supo anunciar Aldous Huxley
en su novela “El Mundo Feliz”, publicada en 1931, en los albores de la sociedad
de consumo de masas.
La
voracidad comercial por la rentabilización del tiempo se extiende también hacia
actividades culturales que hasta hace pocas décadas eran ajenas a la idea de
ocio, a las que hoy se asimila al entretenimiento comercial (museos,
conferencias, presentaciones de libros, etc).
El
entretenimiento, a su vez, se vincula a la
diversión que es presentada casi como un mandato [8]. Desde cereales para
niños a teléfonos móviles, de zapatillas a coches los anuncios publicitarios
remiten a actividades no siempre vinculadas al tiempo libre que deben ser “divertidas” . Así se ha ido produciendo una
construcción simbólica que encierra el uso del tiempo libre en la “obligación” de “divertirse”, en
especial si es utilizando o consumiendo cualquiera de las muchísimas oportunidades
que nos ofrece el mercado [9].
3. Ocio
y trabajo
La promoción del entretenimiento y la
diversión como modelo de comportamiento social parece cuestionar los valores de
exaltación del trabajo productivo bajo los cuales se construyó la sociedad
industrial. La traición
– sólo aparente - a uno de los principios morales sobre los que se construyó la
sociedad industrial revierte en la aparición de cierta forma de hedonismo, más monetario que vital, que
se corresponde con el individualismo y con
la indiferencia al bien común que caracteriza al pensamiento sociopolítico
dominante.
A
pesar de las apariencias (superficiales) no estamos cerca de la sociedad del
ocio que propugnaba Lafarque en “El
derecho a la pereza”. La aspiración a (re) apropiarse y controlar el tiempo
que la tecnología y las luchas sociales ayudaron a liberar durante el último
siglo y medio, responde a necesidades estratégicas básicas, tanto políticas
como comerciales, del sistema social y económico dominante que se sustenta en
el crecimiento continuo del consumo masivo de bienes y servicios, entre los
cuales las industrias vinculadas al ocio ocupan un lugar preponderante.
La
sociedad informacional no es una sociedad de ocio. El ocio, asociado de manera forzada y equivocada al entretenimiento y
la diversión, es sólo valorado en tanto es funcional al incremento sostenido
del consumo. Se trata de un ocio voraz y malformado que se apropia de
manera compulsiva del tiempo libre de las personas, constituyéndose en uno de
los principales motores dinamizadores del sistema económico globalizado [10].
Las
industrias vinculadas de un modo u otro con actividades de ocio dependen directamente
de la disponibilidad de tiempo libre de las personas. Esto, en principio, determina
un límite a sus posibilidades de crecimiento, al vincularse directamente con
una disminución del tiempo dedicado a actividades directamente productivas o eventualmente
a las horas dedicadas al descanso y a otras necesidades vitales como por
ejemplo, la alimentación.
Esto
permite explicar porque, en los últimos años, muchas de estas actividades no
lúdicas están siendo “colonizadas” por la lógica del uso/inversión del tiempo
que promueven las industrias del entretenimiento, basada en la compra de momentos divertidos. Las
cadenas de comida rápida (alimentación)
y las empresas de informática y las telecomunicaciones (trabajo y estudio) son
apenas una mínima muestra de esta tendencia.
3.1.
Tiempo prisionero vs. tiempo libre.
Es
importante recordar que la disponibilidad de tiempo libre y el acceso a
actividades de ocio han sido tradicionalmente asociados a la riqueza y a la
prosperidad. La permanencia de esta asociación en el imaginario social ha hecho
que muchas veces la reivindicación por la
reducción de la jornada de trabajo haya tenido más importancia que otros
reclamos laborales.
Lamentablemente,
la realidad social muestra que el tiempo
libre se asocia hoy más a actividades consumistas que a un ocio creativo
despojado de las leyes del mercado. En este escenario, las personas, a
cambio de comodidades y diversiones que mejoran diferentes aspectos de su vida,
no venden tan sólo su trabajo, sino también su tiempo libre, convertido en una
importante variable económica.
Todo
lo antedicho no debe llevar a conclusiones apresuradas. Si bien hoy ninguna condena moral espera a quien use su
tiempo en actividades lúdicas, la visión de una sociedad del ocio continúa
inquietando. Cautivo de la lógica mercantil, el “tiempo libre” deja de serlo y,
comienza a aparecer como una suerte de trampa. Así, bajo la culpa que aún impone
el imperativo productivista, hay quienes se ocupan en actividades laborales en horas
y lugares, en principio, destinados al ocio. Después de todo, no es casual que
los aparatos personales y domésticos de acceso a la información, al
entretenimiento y la cultura coincidan cada vez más con los aparatos utilizados
en el trabajo y en el estudio.
Por otro lado, la compulsión de
divertirse en cualquier momento y lugar, de estar siempre ocupados
(entretenidos), aniquila toda posibilidad de verdadero tiempo libre,
transformado así en tiempo prisionero.
Un tiempo verdaderamente libre es un
tiempo utilizable en un ocio creativo no condicionado por la lógica mercantil,
un tiempo en que quepa pensar y reflexionar sin tutorías de ningún tipo, en el
que no haya que pagar para sentirse pleno ni para jugar, en el que haya lugar
para lo lúdico, en el que sea posible elegir no hacer nada. Un tiempo liberado.
Notas:
1: La aparición
de los primeros relojes de precisión fue contemporánea al nacimiento de los
instrumentos científicos de precisión en general. Para una historia de los
relojes ver Cipolla C. (1998)
2: Es importante
señalar que la creación del reloj mecánico, como la de cualquier otra máquina,
respondía a problemas planteados por el entorno material interpretados de
acuerdo al prisma de los valores de la cultura dominante. En China por ejemplo,
el tiempo era medido en términos de días y de años, razón por la cual, en sus
contactos comerciales con Occidente, los chinos no valoraban la utilidad de los
relojes. Por su parte los japoneses medían el tiempo en horas de duración
variable de acuerdo a la estación del año.
3: El telégrafo
eléctrico (Morse 1837), el teléfono (Bell 1876), la grabación sonora (Edison
1877), la telegrafía sin hilos (Marconi 1899) y la tubo de vacío electrónico
(de Forest 1905) establecieron las bases tecnológicas para el desarrollo de las TIC .
4: En la década
de 1960, distintos estudios preveían que en los países económicamente avanzados
en el año 2000 se trabajaría treinta horas semanales.
5: En este
sentido, las tecnologías de la sociedad de la información vinculadas con la
electrónica y la informática han acelerado enormemente los procesos
productivos, el transporte y la comunicación
6: La tarifa y
cantidad de anuncios que emiten y
publican los medios de comunicación
están directamente vinculadas con su audiencia (tamaño y composición). Así, el
tiempo que dedicamos a la recepción de publicidad, repercute directamente en
los ingresos económicos de los medios.
7: Determinar los
efectos puntuales, inmediatos y parciales de la televisión es problemático.
Resulta menos difícil, en cambio, atribuirle consecuencias culturales a medio y
largo plazo.
8: Entretenimiento:
Acción y efecto de entretener o entretenerse //2- Cosa que sirve para
entretener o divertir Divertir: Apartar, desviar, alejar Diccionario de la Real
Academia Española, 21ª edición, 1992
9: Como subraya
Eric Fromm, “la felicidad del hombre moderno consiste endivertirse. Y
divertirse significa consumir” (1982 p. 86).
10: La definición
de ocio implica que el individuo puede disponer
de su tiempo libre sin coacciones
ni obligaciones de ningún tipo. El ocio se asocia a la contemplación, a la
inacción. El entretenimiento se refiere a un modo de ocupación.
Dr. Diego Levis, mayo de 2005
Referencias bibliograficas:
Borges,J.L
(1952): Otras Inquisiciones en Prosa completa, vol.2. Barcelona: Bruguera,1980©
Diego Levis, 2005 El tiempo atrapado
Cipolla, C.
(1998) Las máquinas del tiempo. Bs.As.: Fondo Cultura Económica
Fromm, E. (1982)
: El arte de Amar, Barcelona: Paidós (1952)
Heidegger, M.
(1999) El concepto de tiempo. Madrid: Trotta
Lafargue,
P.(1983):La organización del trabajo (1872). El derecho a la pereza (1883) y La
religión del capital (1886). Edición crítica de M. Pérez Ledesma, Barcelona:
Fundamentos, Barcelona, 4ªedic.
Marcuse, H (1972)
Eros y civilización. Barcelona: Seix Barral, 8ªedic.
© Diego LEVIS
2005
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